"Si creéis que ahorcándonos podéis acabar con el movimiento obrero ... ¡entonces ahórcadnos! Aquí pisoteáis una chispa, pero allí y allá, detrás de vosotros, frente a vosotros, y por todas partes, las llamas surgirán. Es un fuego subterráneo. No lo podréis apagar".
Albert Spies (ejecutado en Chicago el 11 de noviembre de 1887)
Hace 125 años, los trabajadores de Chicago, en los Estados Unidos, iniciaron la movilización masiva que terminaría con cuatro de sus dirigentes ejecutados en la horca. Ellos, los mártires de Chicago, reclamaban una jornada de trabajo de ocho horas. En este poco más de un siglo desde aquel 1º de mayo, los trabajadores de todo el mundo alcanzaron extraordinarias mejoras en sus condiciones de vida y de trabajo, pero también experimentaron durísimas derrotas y retrocesos históricos.
En la Argentina, aquellos años finales del siglo XIX fueron los de la formación de una clase obrera en la que los trabajadores inmigrantes de diversas partes del mundo marchaban codo a codo con los hijos del país. Todos ellos eran explotados impiadosamente y reprimidos con ferocidad cuando se manifestaban en defensa de sus derechos. Como parte de una lucha que se quería universal, las organizaciones obreras adhirieron tempranamente a la combativa recordación, cada 1º de Mayo, de los compañeros masacrados en Estados Unidos.
Cuando faltaba apenas un año para que la orgullosa oligarquía del país celebrara sus propios fastos en el primer Centenario, los obreros anarquistas reunidos en la Plaza Lorea para su mitin del 1º de Mayo fueron atacados con salvajismo por la policía montada que mandaba el coronel Ramón Falcón, que asesinó a decenas de ellos. Más adelante, la Semana Trágica de 1919 y las huelgas de la Patagonia de 1921 y 1922 fueron otras tantas señales, entre muchas, de una etapa de nuestra historia que hay quienes se empeñan en definir como la edad dorada de la República, un paraíso perdido de exportadores de carne y de cereales al que querrían volver. En esa Argentina, que era el granero del mundo, los conflictos sociales se sofocaban a sangre y fuego.
A pesar de la consecuencia y hasta el heroísmo con que se empeñaron en su lucha sindical, no fue hasta los años del primer gobierno de Juan Perón que los trabajadores argentinos consiguieron que se materializaran como derechos ejercidos gran parte de sus demandas. En esos años, el 1º de Mayo perdió en parte su antiguo carácter combativo para convertirse en la fiesta del trabajo.
Como se sabe, la fiesta no estaba destinada a durar mucho. La reacción volvió a pegar duro, y la persecución, la tortura y la cárcel se abatieron sobre los trabajadores durante largos años. El bombardeo a Plaza de Mayo en 1955 y los fusilamientos clandestinos del año siguiente constituyeron el amargo prólogo de la mayor tragedia de nuestra historia, la del Terrorismo de Estado, en la que los trabajadores fueron, otra vez, las víctimas principales.
Los últimos años del siglo pasado y los primeros del que estamos transitando trajeron, con la profundización de las políticas neoliberales iniciadas en 1976, otra clase de castigo para los trabajadores: anulación de sus derechos laborales, destrucción de las fuentes de empleo, exclusión de la salud y de la educación, indigencia, marginación. También hubo sangre de jóvenes trabajadores, en 2002, en el Puente Pueyrredón.
La breve síntesis de una historia muy larga y compleja, que acabamos de esbozar, tiene por objeto poner de relieve el cambio de rumbo que se hizo efectivo en el país hace ocho años: el inicio, trabajoso y paulatino, de la recuperación de los derechos, los avances sobre la exclusión. Un proceso de reformas progresivas puesto en marcha por Néstor Kirchner y proseguido por la presidenta Cristina Fernández, en el que los socialistas que entendemos cuál es el lugar de la izquierda democrática en este período histórico decidimos participar a fondo.
El historiador británico Eric Hobsbawm puso de relieve, en un texto célebre, el enorme valor que tienen los símbolos en épocas de cambio. A principios de este proceso, un general del Ejército descolgó el cuadro de un dictador de la pared del Colegio Militar, bajo la atenta mirada del presidente Kirchner. Este 1º de Mayo es bueno señalar que desde hace unos cuantos días la escuela en la que se forman los efectivos de la Policía Federal ya no lleva el nombre del coronel Ramón Falcón, aquel asesino de obreros de otro 1º de Mayo, hace cien años. También eso es un símbolo.
Por Jorge Rivas
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